Carlos Alberto Patiño
Provocador, como es, Gerardo Galarza me conmina a hablar de una especie femenina, así como lo hice de los pollos y lagartijos.
Me
escribió: “Y a riesgo de que feminazis y feminecias se nos vengan
encima, ¿habrá alguna columna sobre las lagartonas? Digo, sólo para
cumplir con la equidad de género”.
Y ya me metió en problemas,
pues, para los diccionarios de la Real Academia, de la Mexicana, del
Colmex y el de Americanismos la palabra o no existe o no significa lo
que por muchos años hemos oído de las madres a cuyos pollos acechan
mujeres con colmillo retorcido. Y a veces eran inocentes admiradoras,
pero las potenciales suegras veían el peligro por todos lados y
calificaban así a las muchachas: “lagartonas”. Si nos atenemos a los
diccionarios estaríamos hablando de prostitutas, y no es el caso.
Estirando la hebra podríamos hacer un parangón con “el viejo verde”, pero no es una comparación muy acertada.
Para el Diccionario de la lengua española un lagartón es una persona taimada y ésta es un “bellaco, astuto, disimulado y pronto en advertirlo todo”.
El de Mexicanismos
tiene una entrada cercana al uso que le damos, pero es un verbo,
“lagartear”, que significa “emplear todo tipo de artimañas para seducir
a alguien, zorrear.”
El del Español de México da al término lagarto el sentido de “persona astuta y avorazada: ‘Evito el trato de lagartos y peticionarios’”.
Lagarto, con otro sentido, es fórmula para conjurar la mala suerte.
Dudo
que nuestra palabra ingrese pronto a los diccionarios, pese a que las
instituciones que los elaboran argumentan a diestra y siniestra que sólo
se dedican a registrar los términos usados por los hablantes y no a
juzgar su valor.
Y menos en los tiempos de tanta corrección
política como los que corren. Ni anteponiéndole un “despect. malson.”
(despectivo, malsonante) para indicar que no es una buena palabra.
Ya vimos la rebambaramba que se armó con la expresión “mujer fácil”.
A una tuitera le pareció ofensivo que el Diccionario de la lengua española incluyera
entre sus definiciones de “fácil” la siguiente: “5. adj. Dicho
especialmente de una mujer: Que se presta sin problemas a mantener
relaciones sexuales”.
La disconforme emprendió una cruzada para
que la Real Academia expulsara del diccionario la explicación. Como si
el glosario avalara su uso.
La RAE respondió que no eliminará esta
acepción, ya que su tarea es registrar las expresiones usadas o que
usan los hablantes. Aunque, un poco amedrentada, dice que podría haber
una revisión, e indicar su carácter despectivo, como ya pasó con “sexo
débil”.
Hay que aclarar que el diccionario no llama fáciles a las
mujeres, como algunos medios afirman, sino que solamente consigna un
uso.
Como lo señaló un representante de la Academia: es
“obligación del diccionario registrar las voces o expresiones que usan o
han usado los hablantes”. “Los diccionarios son también claves de
lectura, necesarios para poder interpretar adecuadamente los textos”.
El
académico, escritor y periodista Arturo Pérez Reverte calificó como
“arrogantes analfabetos” a los “irresponsables de ambos sexos (que no
géneros)” que pretenden esa censura gramatical.
Explica el autor
que extranjeros y personas con poco vocabulario se quedarán sin entender
a autores como “Marsé, Galdós, Clarín, Pardo Bazán o Cervantes”, pues
no encontrarán en el diccionario expresiones como la de la “fácil
mujer”, pues los “diccionarios socialmente correctos sólo deben contener
palabras bonitas y acepciones agradables”.
Lo que es cierto es
que el machismo está en la sociedad, no en el diccionario. Cambiemos la
sociedad, si no nos gusta cómo está, pero no pretendamos transformar el
registro de las voces que están ahí ¡Como si suprimiéndolas se cambiara
la realidad!
De nuevo Pérez Reverte: “¿Por qué prestarse sin
problemas a mantener relaciones sexuales, se trate de hombre o mujer,
debe considerarse peyorativo?”.
A propósito de las tendencias
proclives a la corrección en boga, la académica de la Lengua y miembro
(¿discutimos el uso de “miembra”?) de El Colegio Nacional, Concepción
Company, señala en reciente entrevista con La Voz de Galicia:
“Creo que la gramática no es sexista ni deja de serlo. No es un concepto
que pueda ser aplicado a la gramática, pero sí al lenguaje y al
discurso”.
Y en una conferencia en la FIL (La Crónica de Hoy,
11/30/17) señala, a contracorriente de la moda, que: “El género
masculino no significa hombre, significa que es indiferente al género.
Si digo todos tenemos sentimientos yo no me siento excluida, pero si
digo todas tenemos sentimientos, el que discrimina es el femenino; nos
tiene que entrar en la cabeza, gramaticalmente el género que discrimina
es el femenino”.
Con una claridad asombrosa, la filóloga asegura
que: “En el Colegio Nacional al que pertenezco corren ríos de tinta por
el escaso número de mujeres que hay, pero yo no quiero que me incluyan
por ser mujer, como no quiero que me excluyan por ello”.
Ya
encarrerado con la lingüista, le tomo otra cita, aunque esta vez tiene
que ver con los neologismos: “En este caso mi corazón y mi cabeza no
están sintonizados. Como gramática creo profundamente en que no pasa
nada porque el contacto llegue a las lenguas y éstas se enriquezcan.
Nadie se asusta de que la lengua española tenga 5,000 arabismos y vamos
al supermercado a comprar aceite, no óleo. Mi cabeza me dice que las
lenguas se enriquecen con el contacto, entran préstamos y no pasa nada.
Ahora, cuando llegamos al corazón, evito hasta donde me es posible usar
anglicismos si tengo equivalente en castellano, y tengo que hacer ese
esfuerzo. En México hay una franja de edad en que se cree que diciendo
cool y naíf se habla más bonito, y a mí me parece un espanto.”
Algo de bueno tendrán las lagartonas que nos trajeron a estas reflexiones.
Al amigo Galarza no podemos darle gusto más que parafraseando el dicho sobre las meigas (brujas): “(Para los diccionarios) las lagartonas no existen, pero de haberlas, las hay”.
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¿La quinta columna? La veremos en la próxima entrega de Giros.
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Regaños. Pleonasmo
es vicio de redacción que abusa de las palabras, duplica ideas de
manera innecesaria. Es un atentado contra la claridad y contra la
lógica; es una forma vacía que empobrece la expresión.
Con frecuencia aparecen titulares que hablan de falsos mitos o falsos rumores. Estos ejemplos están tomados de un simple gugleo:
“Suevos:
El falso mito del nacionalismo gallego” (La Razón, España, 14/01/18),
“La continuidad, el falso mito del futbol mexicano” (Milenio.com, 18/01/18), “El falso mito sobre las patatas de McDonald’s que debes conocer” (Ideal Digital, 01/02/18).
“Daniel
Osvaldo disparó contra Militta Bora tras el falso rumor de reencuentro”
(La 100, 07/02/18), “Universidad Católica: “El rumor de doping de
Germán Voboril es falso” (ADN Chile, 07/02/18), “El falso rumor sobre
uno de los más famosos sacerdotes de Brasil” (Aleteia ES (blog),
11/01/18).
Un mito es algo fantástico, irreal, así que no hay mitos verdaderos. Sobra el adjetivo.
Un
rumor es una información falsa. Si no lo fuera, dejaría de ser rumor
para convertirse en noticia. Es arma de la guerra psicológica y de las
de lodo. Florece en épocas electorales. Falso rumor es redundancia
evidente.
Me hace llegar Marielena Hoyo otro regaño. Publicamos en
el espacio “La Imagen” un texto que dice “El tigre es una especie
endémica de nuestro planeta” . Endémico es “propio y exclusivo de
determinadas localidades o regiones”, así que, a menos que consideremos a
la Tierra como una región o cuando encontremos animales en otro
planeta, y no hallemos a esos felinos, el uso del adjetivo es
equivocado.
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Informan a El Arca de Arena
Francisco Báez, Marielena Hoyo, Bertha Hernández y Hugo Martínez que “el
apelativo para un imberbe presumido que semeja al nombre de un vegetal
de aparición frecuente, no en la calle de Plateros, pero sí en las
ensaladas” es “lechuguino”.
A El Arca se acerca un muchacho de
corta edad, sinónimo de un ave de presa y anagrama del sinónimo de garra
y de la conjugación en la tercera persona del presente de la acción de
salir de un puerto o fondeadero.
Publicado en La Crónica de hoy
10 02 18
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